martes, 6 de abril de 2010

lunes






estar absolutamente desilusionado

y aburrido sin saber por qué

sentirse más imbécil y aborrecible
que cualquiera de los peores días de la vida

perder la autoestíma
con la misma facilidad
con que se deposita la mala suerte
en los casinos
o en los burros
y los palacios de la lubricidad

sentir la imperiosa necesidad
de componer una canción
cuando lo que falta es el piano
la guitarra...
la okarina y el djembé

o peor: conseguir el instrumento
y darse cuenta
que se perdieron las ganas de hacerlo

saber que siempre se tienen las ganas de salir
hasta que llega el sábado
y ese día, en particular,
acaba resultando peor que los domingos
y éste preciso kilaje de lunes

pensar en estupideces como:
¿por qué no me dediqué a estudiar
economía,
derecho, medicina?
¿por qué abandoné
la escuelita de fútbol de Marangoni?

enojarse
porque los amigos nunca llaman
por teléfono
y decidir,
en represalia,
no llamarlos nunca más

pasar largas jornadas,
sino décadas,
de absurda soledad

llorando al ignominoso Destino
por prohibirnos toda posibilidad de amar
o ser amado -ésta última más que nada,
primero que todo-
y luego...

luego sentirse sofocado de tanta pareja
de tanto compartir
de tanto mostrar lo obvio
y desear, infatigable,
a todas sus amigas

y, por supuesto, a las miles
de minas desconocidas
que caminan por la calle
de cualquier ciudad

-y justo ahí es cuando se les depierta
el misterioso radar
que les indica que somos codiciables-

¡ansias de soltería
cuando no hace mucho
se gritaba lastimeramente
de dolor ante el constante remolino
de las aguas siempre turbias
de la unisexualidad!

ver una linda campera de cuero en la vidriera,
un buen disco en la disquería,
unas cuantas películas originales,
un buen equipo de audio para el auto
en aquella casa de electrónica...

y comprarlo todo

para llegar a tu casa alquilada
y volver a cenar hamburguesas rancias
y a beber agua de la canilla

pensar más de la cuenta
por tener más que claro
que uno debería morirse
para saldar su propio destiempo

sentir odio ante cualquiera,
en particular ante un político
y un intelectual

y envidiar a los pájaros,
aunque estén encerrados
en una jaula

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